Ambientada varios años después de los eventos de Top Gun: Maverick, la película presenta a Maverick, ahora una leyenda condecorada, que se ve obligado a aterrizar a regañadientes tras el fracaso de una misión encubierta. Pero cuando la tensión aumenta en el Pacífico y una nueva generación de aviones de combate furtivos amenaza con superar a los pilotos humanos, Maverick es llamado de vuelta para una última operación clasificada. ¿El giro? Debe aliarse con Ghost, un as rival con un pasado oscuro y una reputación letal, para entrenar a la próxima generación para una misión de la que podría ser imposible regresar.

La química entre Cruise y Reeves es electrizante: fricción, respeto e intensidad melancólica a partes iguales. Sus secuencias en el aire son impresionantes, combinando la bravuconería de la vieja escuela con tecnología de última generación. Cada escena en la cabina está filmada prácticamente con nivel de detalle IMAX, capturando las contorsiones faciales causadas por la fuerza G, la adrenalina goteando sudor y el rugido de los postquemadores surcando el cielo.

Visualmente, Top Gun 3 es un festín: combates aéreos en un azul cristalino, siluetas al atardecer en portaaviones y vertiginosas persecuciones aéreas que te hacen aferrarte al asiento. Pero bajo la superficie se esconde una historia más profunda: sobre el legado, el sacrificio y el alma del instinto humano en una máquina de guerra cada vez más mecánica.

Miles Teller regresa como Bradley “Rooster” Bradshaw con mayor madurez emocional y liderazgo, mientras que Zendaya se une al reparto como una técnica de drones de élite, atrapada entre el deber y la duda. El reparto secundario aporta emoción y humor, pero no se equivoquen: esta película pertenece a Cruise y Reeves, dos veteranos guerreros que nos recuerdan por qué el carisma y la presencia jamás podrán ser reemplazados por la IA.